La primera vez que escuche este hermoso poema, fue a mis 11 años. Desde entonces, no lo he borrado nunca de mi mente; podría decir que es de todo lo que ronda en mi cabeza, lo único que he aprendido de memoria y sin modificación alguna, a pesar del paso de los años.
Además, y aquí hago un paréntesis, me trae a mi recuerdo también una canción que deseo compartir con todos mis lectores, de un cantautor Colombiano que también escuche por esta misma época de estudiante, a mis 13 años, y que me ha marcado de alguna manera la vida por su contenido tematico. Pueden escucharla dando click AQUI
Pero volviendo al tema, y cerrando este paréntesis, el poema titulado Reír llorando, del autor Juan de Dios Peza, es una cruda realidad de nuestra socio-individualidad. Es lo que vivimos a diario, Reimos por no llorar, y como escribí alguna vez en una historia (trabajo para la universidad que espero después compartirles), "cuando lloramos, estamos liberando el veneno que de no sacar, mata lentamente nuestra alma".
Aquellos que tanto sufren, y que muestran sus sentimientos sin vergüenza alguna, esos se hacen fuertes, pues después del llanto viene el suspiro que alienta al ser humano a levantarse de la agonía. Pero aquellos que vemos fuertes en todo momento, sufren quisas mas que el resto, pero la procesión la llevan por dentro.
Recuerdo cuando falleció mi bisabuela, yo me preocupaba mas por mi abuelo (su hijo) el cual estaba tan calmado como quien anduviera en la despedida de cualquier vecino, pues aquellos que lloraban, estaban elaborando su duelo, pero él... siempre lo supe, ese dia me preocupe, y hoy estoy seguro que fue quien más lo sufrió.
No somos tan fuertes, aunque parezcamos de piedra...
Viendo a Garrik —actor de la Inglaterra—
el pueblo al aplaudirle le decía:
«Eres el mas gracioso de la tierra
y el más feliz...»
Y el cómico reía.
Víctimas del spleen, los altos lores,
en sus noches más negras y pesadas,
iban a ver al rey de los actores
y cambiaban su spleen en carcajadas.
Una vez, ante un médico famoso,
llegóse un hombre de mirar sombrío:
«Sufro —le dijo—, un mal tan espantoso
como esta palidez del rostro mío.
»Nada me causa encanto ni atractivo;
no me importan mi nombre ni mi suerte
en un eterno spleen muriendo vivo,
y es mi única ilusión, la de la muerte».
—Viajad y os distraeréis.
— ¡Tanto he viajado!
—Las lecturas buscad.
—¡Tanto he leído!
—Que os ame una mujer.
—¡Si soy amado!
—¡Un título adquirid!
—¡Noble he nacido!
—¿Pobre seréis quizá?
—Tengo riquezas
—¿De lisonjas gustáis?
—¡Tantas escucho!
—¿Que tenéis de familia?
—Mis tristezas
—¿Vais a los cementerios?
—Mucho... mucho...
—¿De vuestra vida actual, tenéis testigos?
—Sí, mas no dejo que me impongan yugos;
yo les llamo a los muertos mis amigos;
y les llamo a los vivos mis verdugos.
—Me deja —agrega el médico— perplejo
vuestro mal y no debo acobardaros;
Tomad hoy por receta este consejo:
sólo viendo a Garrik, podréis curaros.
—¿A Garrik?
—Sí, a Garrik... La más remisa
y austera sociedad le busca ansiosa;
todo aquél que lo ve, muere de risa:
tiene una gracia artística asombrosa.
—¿Y a mí, me hará reír?
—¡Ah!, sí, os lo juro,
él sí y nadie más que él; mas... ¿qué os inquieta?
—Así —dijo el enfermo— no me curo;
¡Yo soy Garrik!... Cambiadme la receta.
¡Cuántos hay que, cansados de la vida,
enfermos de pesar, muertos de tedio,
hacen reír como el actor suicida,
sin encontrar para su mal remedio!
¡Ay! ¡Cuántas veces al reír se llora!
¡Nadie en lo alegre de la risa fíe,
porque en los seres que el dolor devora,
el alma gime cuando el rostro ríe!
Si se muere la fe, si huye la calma,
si sólo abrojos nuestra planta pisa,
lanza a la faz la tempestad del alma,
un relámpago triste: la sonrisa.
El carnaval del mundo engaña tanto,
que las vidas son breves mascaradas;
aquí aprendemos a reír con llanto
y también a llorar con carcajadas.
Juan de Dios Peza